Batalla de Rocroi

Batalla de Rocroi
Batalla de Rocroi 1643. Obra del pintor Augusto Ferrer Dalmau, año 2011.

lunes, 28 de abril de 2014

EL MILAGRO DE EMPEL, escrito por Francisco Alcobendas

La historia de la guerra está repleta de arduas batallas, duras refriegas, victorias inesperadas y desenlaces inexplicables. El episodio que me dispongo a relatar no lo podría encuadrar bajo ningún calificativo de los ya mencionados, debido a que la magnitud de los hechos supera la barrera de lo racional; lo podríamos tratar así pues como un milagro.
Pongámonos en situación, desde el año 1568 hasta el 1648 el Imperio Español y las Provincias Unidas de los Países Bajos se vieron involucrados en un conflicto bélico de dimensiones pocas veces superado. La guerra se hizo soporíferamente larga, pero  finalmente ésta cesó mediante la firma del Tratado de Munster (1648), por el cuál se reconocía la soberanía propia de las provincias septentrionales de los Países Bajos.
Como es de esperar esta contienda se cobró cientos de miles de vidas humanas así como incalculables daños materiales, pero entre batalla y ofensiva, asedio y resistencia,  lucha y huida, la Guerra regaló a la Historia un episodio de tenacidad, bravura,  fe o suerte (llámelo como desee) único e irrepetible.

Los Tercios de Flandes constaban de diversos regimientos, y uno de ellos, el encabezado por el Maestre de Campo Francisco González de Bobadilla se vio involucrado en un fuego a tres bandas, entre el ejército de las Províncias Unidas, un grupo de rebeldes y ellos mismos. Así pues además de la inferioridad numérica hay que añadirle el elemento diferenciador de esta milagrosa historia, el Tercio de Bobadilla se encontraba el día 6 de diciembre de 1585 sitiado entre dos ríos, el Mosa y el Waal, y en lo alto de un pequeño cerro en la isla de Bommel.
Si hiciéramos un ejercicio de retroempatía y nos pusiésemos en la situación de aquel grupo de hombres abocados a mejor destino, lo único que se nos vendría a la cabeza sería rezar. Y a veces la solución más sencilla resulta la más eficaz; aquellos hombres abatidos, con la esperanza de vencer diluyéndose como un azucarillo en el café, con el zurrón tan vacío como mojadas sus ropas se agarraron al clavo ardiendo de la fe, esa fiel escudera que otras tantas veces les había tendido la mano. 
Ante esta situación el almirante holandés Holak ofreció una rendición honrosa al contingente, pero si por algo han trascendido a los anales de la Historia los Tercios ha sido por su tenacidad y pundonor, por lo tanto y con las siguientes palabras se dirigió Bobadilla al holandés: "Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación tras de muertos".
Ante este reto Holak decidió recurrir a un método infalible con el cuál jugaba; abrir las compuertas de los diques para inundar la pequeña isla.

Los soldados tercios iban reculando cada vez más con el paso de las horas, ya solo quedaba libre del agua la cima de aquel reducido montículo, llamado Empel por los locales. Pero, y si bien recuerdan lo que les narré unas líneas atrás, como un soplo de aire fresco apareció en la trinchera que un soldado estaba cavando un retablo flamenco de la Virgen de la Inmaculada Concepción. Imagínense el jolgorio que aquel pedazo de madero despertó en los alicaídos Tercios. Ya nada les podría detener.
La noche del 8 de diciembre cayó, y como el niño que abre los ojos la madrugada de Navidad en busca de regalos, los bravos soldados se encontraron un presente caído del cielo. Y es que unos vientos helados acompañados de unas fuertes nevadas congelaron por completo los dos ríos. 

¡Eran libres! Una vía de escape sólida en la fría noche holandesa, una vía que aprovecharon para cobrarse en galeras enemigas ardientes todas las calamidades que habían pasado. Los holandeses creyeron que eran fantasmas, pero cuando quisieron despertar de la pesadilla ya era demasiado tarde. Las tropas de Bobadilla y Juan del Águila no dejaron un navío en pie, y ante esta asombrosa situación el almirante Holak pronunció: "Tal parece que Dios es español, al obrar ante mi, tan grande milagro".

Desde aquella mágica noche la Virgen de la Inmaculada Concepción pasó a ser la patrona de los Tercios de Flandes e Italia y siglos más tarde la del Ejército de Tierra.

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